top of page

La depresión femenina

En reciprocidad con la mesa de diálogo psicoanalítica presentada por mis colegas de Psicoanálisis Libre S.C. a finales de Julio de 2021, me gustaría presentarles el siguiente tema: la depresión en las mujeres o la llamada “depresión femenina”.

En aquella ocasión, se discutieron temas como: el género y la violencia contra las mujeres, el sistema hegemónico patriarcal y el discurso del logos fálico.


Para entrar en contexto, quiero retomar las siguientes ideas: 1) por mucho tiempo el estudio científico y crítico sobre la salud y la sexualidad de las mujeres fue considerado inferior o subordinado al estudio del hombre, ya sea por cuestiones sociales, políticas o culturales. Y 2), debido a la homogeneidad del grupo masculino como dominante en la teoría y práctica clínica, apenas han sido exploradas algunas formas de intervención y prevención en la salud física y mental femenina. Entre los hallazgos destacados en las investigaciones y teorías a nivel biomédico y psicoanalítico sobre las mujeres, se conoce ahora que las mujeres enferman de depresión el doble que los hombres y que además los modos de enfermar psíquicamente de una mujer son distintos a los de un hombre.

Históricamente, a finales del siglo XVIII, en épocas como la del Romanticismo, la melancolía o depresión se asociaba a una especie de sensibilidad aguda o un genio artístico. Cerca del siglo XX, los afectos negativos se patologizan y la melancolía comienza a considerarse como un paradigma desde distintas disciplinas. Actualmente, en nuestra época capitalista, encontramos con mayor frecuencia: trastornos de alimentación, adicciones, vínculos ambivalentes y la necesidad de un acompañamiento psicofarmacológico para mantener el día a día.

Nuestra sociedad contemporánea es una “sociedad depresiva” (Roudinesco, 2000), en la que no se tienen muchas expectativas a futuro y se vive en un permanente estado de crisis de valores.


Vivimos en un constante sentimiento de desesperanza y de falta de sentido. Se ha perdido la fe y ha aumentado el escepticismo. Todo es espectáculo y las metas que se tienen son evitar a toda costa el sufrimiento y alcanzar la supuesta “autorrealización”. La responsabilidad y voluntad del sujeto se empobrecen mientras crece su angustia y su depresión. Se vive bajo la búsqueda insaciable de felicidad y placer, pero no encontramos más que desigualdad, individualismo, sentimientos de fracaso o de insuficiencia y un estrés crónico.

Nos encontramos en una sociedad donde parece obsesión alcanzar la promesa de un ideal, pero el resultado son sujetos vacíos y deshabilitados en la comprensión de sus pérdidas. A esto se suma que, desde siglos pasados, ha existido un sesgo de género en la valoración de la depresión.

Por ejemplo, en la literatura, los hombres eran caracterizados por su distinguida melancolía, mientras que las mujeres por su lánguida depresión; como si a los hombres las aflicciones los estimularan, mientras que las mujeres las paralizaran. Hoy sabemos que para la mujer la elaboración psíquica del duelo resulta aún más complicada que en el hombre. Y esto se debe a una amplia gama de situaciones de tipo físico, biológico, genético y psicosocial. Para profundizar en el tema del trabajo de la depresión femenina, en este texto quiero recurrir a Sigmund Freud, quien acuña los primeros conceptos y criterios sobre duelo, depresión y melancolía y, a la autora francesa y de origen búlgaro Julia Kristeva, quien estudia detenidamente el paradigma de la depresión y melancolía en las mujeres y construye un nuevo horizonte en el trabajo de la clínica psicoanalítica.

Freud, en su último artículo metapsicológico “Duelo y melancolía” (1915), describe los procesos del duelo y del cuadro melancólico. En cuanto a sus características generales, destaca algunas similitudes entre estos dos hechos clínicos: la desazón, la cancelación del interés y la dificultad de amar. Cuando Freud hace referencia al duelo normal, habla de una reacción neurótica frente a la pérdida del objeto amado, de una abstracción o de un ideal. Cuando hace referencia a la melancolía, habla de una reacción psicótica frente a la pérdida; la describe como un estado patológico o una disposición enfermiza del sujeto.

En la melancolía, el significado de la perdida es inconsciente, pero se vive como contundente.


Cuando el proceso de duelo es normal se hace un trabajo de elaboración psíquica, de conexión entre representantes y afectos; un trabajo de recordar y de simbolizar. Si el duelo se perpetúa o se complica, hablamos de una melancolía. De una patologización del duelo donde el sujeto se entrega a la enfermedad, ocasionando un empobrecimiento del yo y una distorsión del criterio de realidad. En la melancolía, Freud destaca una fijación oral canibalística y una identificación narcisista del sujeto con el objeto perdido. Los síntomas que caracterizan el cuadro melancólico son: una desazón profundamente dolida, una cancelación radical de interés por el mundo exterior, una pérdida significativa de la capacidad de amar, una marcada inhibición de la productividad, una disminución en los sentimientos respecto de sí mismo, autorreproches y autodenigraciones obsesivas, desproporcionadas a lo que realmente es el sujeto.


El sujeto melancólico experimenta una fuerte ambivalencia y puede manifestar una conciencia moral masoquista y delirante.

Alberga en su interior una sustanciosa carga de sadismo y su relación con el objeto al estar estructurada en una base narcisista, deriva en un aumento en la carga de odio y de violencia hacia el objeto. Freud subraya finalmente en su texto que el modo de intervenir con los pacientes debe ser distinto en cada caso y que el nivel de gravedad de la enfermedad estará determinado en cada sujeto por su compulsión a la repetición, la severidad de su superyó y su carácter.

En la clínica, es primordial saber distinguir entre la sintomatología psicótica y neurótica. Julia Kristeva remarca las diferencias nosológicas que expone Freud entre la depresión objetal, que siempre está en relación con un objeto determinado y la depresión narcisista, donde las personas son aquejadas por un estupor melancólico y una falta fundamental relacionada con un yo primitivo, herido, incompleto y vacío. Kristeva retoma de Freud su descripción sobre el conjunto melancólico-depresivo. Se trata de dos afecciones distintas con una estructura en común basada en la experiencia del duelo imposible del objeto materno.

Kristeva describe la melancolía como la expresión más arcaica de esta herida narcisista no simbolizable, donde la separación se vivencia como una privación que causa tristeza e impresiones de traición y de abandono.

La autora francesa elucida cómo la separación modifica los lazos significantes y del lenguaje. Esa pena o tristeza toma un papel central, siendo el único objeto profundamente investido con la intención de sustituir al objeto innombrable que se perdió. La tristeza es utilizada como diferimiento del odio y del deseo de dominio. En la estructura neurótica, las angustias relacionadas con la separación tienen que ver con el objeto y son básicamente de castración o intrusión.

En la estructura narcisista o no-neurótica, la angustia de separación genera la sensación de un yo que se desarma y la angustia de intrusión propicia una sensación de pérdida del eje del propio yo.

En una depresión neurótica, la intensidad y frecuencia de los fenómenos de abatimiento y de exaltación son reducidos. Mientras que, en la depresión narcisista, el sujeto tiene un yo frágil y disociado y experimenta una aguda desesperación frente a las separaciones. Las personalidades narcisistas, que padecen depresión o melancolía, están fijadas en la etapa libidinal oral canibalística que bien describen Freud y Abraham.

Frente a la angustia de perder al otro y con el fin de poseerlo vivo y no perderlo, el melancólico se lo traga, haciendo sobrevivir al yo abandonado dañado o muerto por la devoración, pero no separado, quedando así identificado con ese objeto mortífero.

En su obra “Sol Negro. Depresión y Melancolía” (2015), Kristeva hace una sublime descripción sobre el estado melancólico y su sintomatología. En sus palabras, se trata de

“Un abismo de tristeza, un dolor incomunicable que puede absorber a la persona de forma duradera, haciéndola perder gusto por toda expresión; hasta el punto de perder el gusto mismo a la vida”.

Como síntomas principales de la melancolía, Kristeva advierte: inhibición, asimbolia crónica y alteraciones en la fase maniaca de la persona. Las personalidades narcisistas que sufren depresión pueden manifestar: una lentificación del comportamiento, del pensamiento y de la imaginación, una notoria intolerancia frente a la pérdida del objeto y el quiebre con el significante, estados de retraimiento como salida compensatoria, inacción y hasta cometer suicidio.

La autora menciona sentimientos de desesperación frente a la sensación de un “derrumbe inminente de la existencia”. La mujer melancólica es caracterizada en su obra por una existencia desvitalizada y sensaciones como abatimiento, sin-sentido, pesadumbre, lentificación, tristeza, odio y preocupación. Por un discurso depresivo y por una sensación continua de estar entre las fronteras de la vida y de la muerte, donde traumas antiguos son revividos en lo actual y son vivenciados como un derrumbe.


“La pérdida acarrea la pérdida del ser […] se quiebra el sentido de la existencia y la vida corre peligro”, quedando solo agujeros psíquicos y alejamiento, ausencia y vacío como respuesta.

En la melancolía se bordea la fragmentación esquizoide, el yo carece de cohesión, se experimentan un superyó severo, una dialéctica entre idealización y desvalorización de sí y del otro y mecanismos de identificación con el otro amado-odiado, por incorporación, proyección e introyección. Para hombres y mujeres la primera relación y pérdida de objeto es la madre. Sin embargo, la mujer tiene un apego particular por la madre Cosa y se rebela contra la renuncia del cuerpo materno Cosa. Para lograr un pasaje que le posibilite hacer pareja con otro, debe indefectiblemente realizarse un corte bidireccional; un movimiento entre madre e hija para que la parte mortífera que sustituye a la madre Cosa baje su nivel de destrucción y sea colocado fuera, donde prevalezcan los aspectos de tipo constructivo y vital del sujeto.

Según la teoría psicoanalítica clásica, el duelo oculta agresividad contra el objeto perdido y revela su ambivalencia frente a este objeto.

Kristeva explica cómo las experiencias de duelo y pena afectan las relaciones sociales e impactan radicalmente en la persona, particularmente a la mujer.

Vemos que desde Freud el punto de partida de la elección de objeto se juega desde el narcisismo primario. Y el desarrollo saludable dependerá del cómo se viva ese narcisismo y la relación con el otro. La identificación primaria es “la compensación de la Cosa, la asociación del sujeto a otra dimensión, a la adhesión imaginaria. En la melancolía, esta identificación primaria es frágil e insuficiente como para garantizar otras identificaciones simbólicas. La Cosa melancólica se opone a la elaboración intrapsíquica de la pérdida y el yo se fusiona con la Cosa arcaica.” (Kristeva, 2015) Resulta complejo, pero sumamente interesante adentrarse en la metapsicología y poder localizar y tratar de comprender la fascinante complejidad de la mente humana. Y Kristeva lleva muy bien a cabo su estudio y exposición sobre la depresión en la mujer en “Sol Negro. Depresión y Melancolía”, por lo que sugiero una lectura directamente sobre la autora para realmente ver los finos detalles de su investigación psicoanalítica y literaria.



BIBLIOGRAFÍA

Freud, S. (1917 – [1915]) “Duelo y melancolía”. En: Obras Completas. Tomo XIV: Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico. Trabajos sobre metapsicología y otras obras. Amorrortu Editores: Buenos Aires. Pp. 235-256

Kristeva, J. (2015) Sol Negro. Depresión y melancolía. Waldhuter Editores: Buenos Aires.
Roudinesco, E. (2000) Primera parte: la sociedad depresiva. En: ¿Por qué el psicoanálisis? Paidós: Buenos Aires


Comments


bottom of page