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La separación y la angustia en un proceso psicoanalítico

“…el tratamiento psicoanalítico no termina sino después, cuando el analizado, ya solo y libre, así lo decide…”

Horacio Etchegoyen


Me es humano pensar que todos aquellos que hemos iniciado alguna vez un proceso psicoanalítico nos enfrentamos a la incertidumbre de no saber qué va a pasar, ¿con qué me voy a encontrar de mí mismo? ¿valdrá la pena? ¿y el tiempo? ¿y el dinero? ¿Qué hay del terapeuta que me atenderá? Y me parece que desde ese momento ya se nos presenta un fenómeno “invisible” que levanta todas las resistencias posibles para desviar nuestra atención: la separación.

Eventualmente uno se separa o se despide de su analista, de su terapia, del consultorio a donde acude. Por supuesto que hay maneras; podría ser muy pronto si se tenían pocas sesiones; o ante situaciones de la vida tan particulares para cada caso, sin embargo, hoy no me apetece ahondar sobre la psicopatología o entrar a la polémica mezquindad acerca de quién carga más; si la incapacidad del analista o la gravedad del paciente.


La angustia de separación es parte de las relaciones humanas. Lo decía Freud en “Inhibición, síntoma y angustia”; que esta angustia de separación es en relación con el objeto madre y que deja una huella en el proceso psicoanalítico. El paciente viene con nosotros porque necesita a alguien a su lado. Horacio Etchegoyen nos dice que como analistas nos toca detectar, trabajar y resolver la angustia de separación, por eso es necesario decir que siempre está presente y no basta con interpretársela al paciente, ya que en su núcleo contiene uno de los aspectos intrínsecos de la vida: reconocerse como dependiente de otro.


Resulta interesante pensar que en el trabajo de la psicoterapia, sesión a sesión, tenemos que ir buscando a nuestros pacientes, encontrarlos refugiados en sus defensas para poder acercarlos de a poco a conocer un poco más de aquello que les supone dolor, entonces nos vamos encontrando con que no somos tan importantes para ellos, que de repente salieron gastos más importantes que cubrir, que igual no necesitan mucho el espacio, igual y puede ser cierto, pero es cuando más efectiva puede ser la interpretación de las defensas (si se logra hacerlo), y traer al paciente al presente y comunicarle que la sesión es un lugar que antes de echarlo, lo va a contener y sostener un tiempo.


Como Esther Bick nos dice con su valioso aporte de la piel continente en psicoanálisis, la contención de nuestro trabajo con el paciente estará definida por el encuadre del proceso, las reglas de la terapia, cuándo y cuántas veces a la semana vendrá el paciente, cuanto pagará, cuánto durará la sesión, es decir, es una relación discontinua que tiene muchas interrupciones, habrá vacaciones o pausas que pongamos a nuestro trabajo como cualquier otra persona, fines de semana, y en el día a día, lo cual puede resultar doloroso porque se enfrentan los 50 minutos de una sesión contra las otras 23 horas del día del paciente.

Del artista Michal Dziekan

Etchegoyen nos enseña que será gracias al desarrollo y maduración del proceso psicoanalítico que junto con nuestro paciente podremos identificar y consolidar que la mente es un espacio donde habitan objetos y se crean símbolos e imágenes; algunos darán cuenta que su existencia se origina gracias al reconocimiento de su ausencia. En medio se encuentra la labor de la memoria hacia preservar lo bueno y nutritivo de las experiencias, y es que finalmente el paciente una vez que se involucra en su análisis viene muchas veces (sin que lo sepa) a unificarse, a tratar de reconocerse e integrarse ante nuestros ojos que lo miran y lo contienen



Es cierto que la angustia de separación no será como al inicio, persecutoria o catastrófica y puede que hacia el final sea más reparadora o agradecida, si lo pensamos con detalle nuestro crecimiento y desarrollo en distintas etapas siempre generará angustia e implicará cambio, transformación, pérdida, separación e independencia. El mismo análisis es un proceso que terminará (o no) con una separación; perdemos a nuestro paciente, se separa de nosotros, nos quedamos sin él. Se trata entonces de entender que el trabajo también linda en enfrentar la soledad y la omnipotencia tanto del paciente como la nuestra.

Será provecho de cada analista determinar los términos de la separación de su paciente,

constatar si hubo crecimiento personal, si algo se transformó en el carácter o la personalidad evolucionó, si el paciente puede seguir por sí mismo y con sus propios recursos. Dicho de un modo bastante alentador: la relación con el terapeuta termina, pero no con los recursos logrados, trabajados e internalizados; se fortalece la relación del contacto con la realidad en donde hay pérdida y nostalgia, pero se le afronta con responsabilidad y madurez auténtica, terminar lo empezado gracias a la tolerancia, digna representante de nuestros lados más benévolos y amorosos como seres humanos.


Bibliografía

Freud, S. “Inhibición, síntoma y angustia” 1926. Amorrortu editores.

Etchegoyen, Horacio. “Los fundamentos de la técnica psicoanalítica” págs. 636 - 665. Amorrortu editores.


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